¿Conocen al escritor norteamericano Paul Auster? Les pregunto si lo conocen porque hace años yo conviví con su hijo.
La cosa fue así, nos presentó un amigo en común en un bar de San Telmo. Ese día tenía lugar el café literario más aburrido del que se tenga memoria. Yo estaba ahí porque era domingo y no había mucho más que hacer; él porque tenía un negocio pendiente con alguien del lugar. La literatura, como más tarde me contó, le importaba tres pitos.
Nos caímos bien, como esos perros que se huelen y deciden hacerse compañía. Se invitó a mi casa y entre cervezas y nubes de humo verde, reconstruimos su historia como un rompecabezas. Me contó que de su padre no le había tocado ni el apellido, que su madre, otrora prostituta de lujo, vivía escondida en un conventillo de La Boca víctima derrotada por los tejes y manejes que la habían dejado a ella y a su hijo sin arte, parte, ni vínculos con Paul ni con su dinero; pero que él recibía secretamente una comisión de su parte cantidad mínima respondiendo a cierto trato que tenían y a cambio de que no revelara públicamente su identidad.
Fue obvio para mí que todo eso era una pintoresca mentira que el fulano había inventado tal vez para impresionarme, dado el medio en el que me conoció, pero elegí creerle, quién sabe por qué.
A medida que los días pasaban me gustaba cada vez más la idea de que el tipo que dormía en mi cama y al que me encontraba cuando volvía de la panadería era quien decía ser. Le había tomado cariño, además existía un indiscutible gran parecido físico entre él y su supuesto padre.
Deduje que ese habría sido el disparador para inventar su trasfondo de vida tan irreal.
Por esos días yo estudiaba lingüística y estaba fascinada con el tema del lenguaje y los procesos mentales que tienen lugar al adquirirlo, ya saben, Chomsky y toda la cuestión. Estaba, además, escribiendo una novela acerca del lenguaje y la identidad. La había titulado “Vértebras de vidrio” y trabajaba en ella todo mi tiempo libre, corregía, reescribía y revisaba de nuevo mientras Pablo (así se llamaba el “hijo”﴿ escuchaba la radio y me miraba trabajar de vez en cuando con curiosidad. Nunca me pidió leer lo que hacía, pero sé muy bien que lo leía cuando yo no estaba.
Pablo desapareció un día así como vino, sin dejar huellas y luego de haber vivido casi un año conmigo. Yo, que nací para adaptarme a los cambios, noté que se había ido y guardé en una caja las fotos que teníamos juntos y saqué el polvo de la repisa en la que él ponía su radio.
La “ruptura” o como quieran llamarlo, no me golpeó hasta años después cuando Auster vino a la Argentina promocionando un nuevo libro. Yo no soy inteligente, pero tengo la virtud de suponer y acertar casi siempre. Movida por un oscuro sentimiento compré su novela por diez pesos en Parque Rivadavia al tiempo que la gente la pagaba sesenta en librerías, y me metí en la Feria del Libro, que esa noche rebosaba de gente por tenerlo como invitado. Fui con un amigo que esperó paciente junto a mí en la larguísima cola de individuos a la pesca de un autógrafo. Auster tomó mi libro sin mirarme y se puso a firmarlo, pero tuvo que levantar los ojos ante la sudaca menudita que se atrevía a dirigirle la palabra. Lo felicito por el título que le puso al libro - le dije en inglés-. Durante una millonésima de segundo nos golpeamos mutuamente con los ojos. La cámara de fotos de una conocida revista capturó el momento, según me dijo más tarde mi amigo, quién me preguntó también el por qué de mi felicitación.
Porque sin duda “Ciudad de cristal” es un buen título -dije pensativa- a mi no se me hubiera ocurrido nunca.
Ambi querida!
Mirà loq que son las cosas… terminè de leer tu post y me llamò un amigo para decirme que toco el 28 y que encima me pagan….ay, se ve que me très suerte, escritora de cristal.
Me quedò esa imagen del polvo donde èl ponìa la radio, la prostituta de lujo, el bar de San Telmo eol domingo de tu aburrimiento, el cruzarse los ojos con el escritor y vos hablando en inglès. ¡Què tipa…!
Imagino que estaràs en Baires, y eso me pone contento. Contàme què pensàs hacer en estos dìas, no porque yo ande por ahì, sino porque hace un tiempo que no sè de vos.
Hoy festejamos el festival de la mùsica europea. Puse unos videos en mi blog, aùn sin afeitarme…pero bue, fijate si los podès ver, me gustarìa mucho que lo hicieras.
Te mando un abrazo desde Roma con un sol que parte la Tierra, que es parte de la Tierra.
Nick Cristalìck
Muy simpática la historia ambi, realmente me gustó.
Beso.
Vengo desde lo de Nick, pasando de las bellas notas a tus bellas letras.
Un beso.
Carlos.
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Gracias por seguir publicando la palabra
Nick: me alegro mucho! Espero seguir trayendo suerte 😉
Lo demás ya te lo contesté en tu blog. Gracias por pasar. Gran abrazo
Diego: me alegra que te haya gustado. Saludos!
Carlos: mis letras se sonrojan al ser llamadas bellas y te dan las gracias :). Bienvenido.
Ambi:
Que bonito escribis! Imagino que “el hijo” existio, no, no me importa si no, yo creo que sí. Así como creo en Macondo y todos los Buen Día y aunque las cajas de cristal mucho no me agraden, de por si es mucho más bella una vértebra de vidrio.
No se ni como llegue a este blog pero me gusto desde el título y la falta de h o silencio, no creo que justo ese día no anduiviera la H del teclado.
Yo no tengo Blog -no me llego el postmodernismo todavía- pero sí un programa de radio, si te interesa escuchalo.
Saludos
Hernán